jueves, 26 de enero de 2017

El amor al cine de Damien Chazelle

Ayer noche fui al cine a ver la película que tantos elogios ha tenido en los últimos meses, la gran favorita de los Oscars y que en la pasada edición de los Globos de Oro consiguió siete estatuillas, sí ayer fui a ver, La la land (La ciudad de las estrellas).

Cuando lees y escuchas tanto elogios sobre una película ya vas predispuesto a ver una gran película y en muchas ocasiones ha pasado que me han defraudado, tan maravillosa era que al final no le encontraba el punto e incluso me aburrían, pero este no es el caso. Si el espectador es un amante del cine clásico, los musicales y del jazz (fundamental en esta película), le va a encantar. Es cierto que en algunos momentos el ritmo baja un poco, pero enseguida se recupera para contarnos los altibajos de Emma Stone (Mia) y Ryan Gosling (Sebastian), como actriz, músico de jazz y como pareja. 

Ya desde el momento en que la proyección comienza hay referencias al cine clásico, esa imagen de cinemascope es impagable, hacía años que no la veía en una pantalla grande. Todo en la película está perfectamente calculado para mostrar el amor al cine y al cine clásico del director Damien Chazelle. La tipografía de jazz utilizada tanto en los títulos de crédito iniciales como en los intertítulos que van anunciando la época en la que se encuentran los actores, las referencias tanto en imágenes como en películas y por supuesto las escenas de la misma película que hacen un sincero homenaje a los grandes musicales como Cantando bajo la lluvia, (solo hay que ver lo colorido del vestuario) o Broadway Melody (cuando bailan con el fondo estrellado), entre otros muchos.

La la land es una película muy bonita que disfrutarán mucho si se conocen esas referencias, pero también será todo un descubrimiento si no se conocen. Aparte de la preciosa banda sonora.

Solo comentar que hubiese preferido que los que tenía a mi alrededor no se estuviesen comiendo el bocata que se habían traído de casa para cenar o los que se estaban comiendo las patatas fritas bien untadas en ketchup (olía toda la sala). 
Puede que sea como Sebastian, el defiende a ultranza el jazz clásico, puede que yo haga lo mismo con el ritual de ir al cine. Una sala oscura, una pantalla grande y una gran historia. Pero es difícil dejarse llevar por lo que estás viendo cuando el de al lado está intentando abrir una bolsa de patatas fritas, sin mucho éxito, o se está "guasapenado"con alguien. Así no mola. De todas formas disfruté muchísimo viéndola y salí con ganas de bailar mientras volvía a casa.

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